Leído: Diástole, de Emilio Bueso

El terror es un género muy delicado. Si no eres capaz de poner nervioso al lector, deberías dejar de escribir sobre la parte oscura del alma humana y dedicarte a otras cosas. No lo comento por nada en especial, es solo porque estos días he leído Diástole, de Emilio Bueso, y ahí encontré buena literatura de terror.
No, no me encontré con monstruos milenarios sedientos de sangre y haciendo masacres por las calles de la ciudad, ni grandes hordas de muertos vivientes que buscan alimento en las carnes de los incautos que no escapan de los agónicos sonidos que llegan de sus gargantas muertas.
No, en Diástole el terror es más oscuro, más íntimo, como suele ocurrir con las obras de Emilio.
No es un terror de escenas macabras, sino un desasosiego que crece poco a poco, a medida que pasas las páginas y te enfrentas al descenso, escalón tras escalón, a lo más profundo del alma humana, donde no llega la luz del sol, ni el hálito de la esperanza.
En Diástole, precisamente se habla de eso. Del dejarse llevar, del descenso al sótano más mugriento y terrible que pueda habitar una persona, y la engañosa luz de una vela que te lleva por el camino de vuelta, para que al final te des cuenta de que era un espejismo, y lo que ha ocurrido es que te sumerges más en la oscuridad.
Me leí el libro en unas pocas horas, porque me era imposible dejarlo.
Todo transcurre en tres noches, en las que dos personas se abren el alma una a la otra. Una, por medio de la narración de su propia historia, la otra, porque desde el sótano de la desesperanza, comienza a ver una leve luz que le puede sacar de allí.
Ambos terminan de una manera que no esperaban. O quizás sí.
El transcurrir de la historia (y la ilustración de la portada, dicho sea de paso) te va dando las claves de lo que sucede realmente, pero en mi caso, decidí no hacer caso a esas pistas y dejar que fuera la historia la que me golpease directamente cuando fuera el momento.
Una lectura más que recomendable para una tarde tonta de verano, de esas en las que vas a hacer la siesta, y cae en tus manos algo que no te deja dormir. Esta novela, por ejemplo.
Un saludín.


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